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vino con sandía       

Armando Zeblox
viernes, octubre 28, 2005
 
viaje
Me subí por enésima vez al 109, pagué el boleto y lo vi. Era la hora pico y ahí estaba: un asiento libre a sólo unos metros. Me apresuré para llegar antes que la anciana y la embarazada que venían detrás de mi y me senté.

Al sentarme advertí que era uno de esos asientos que están al revés y te dejan mirando al fondo del colectivo. Siempre me resultó anti-natural viajar sentado en esos asientos; ya es anti-natural viajar en un vehículo donde van otras 50 personas, mucho más lo es mirando hacia el sentido contrario de su desplazamiento.

Además siempre que viajé al revés me pasaron cosas raras.

Como aquella vez que hablé con Seropián, la chica armenia. Ella se sentó delante de mí y no tuve otra opción que mirarle la cara. Confieso que no era agradable: su nariz no guardaba proporción alguna con el resto de su cuerpo y sus cejas estaban fusionadas en una sola línea que le atravesaba la cara en sentido transversal, como si alguien la hubiese dibujado con un grueso crayón, aprentándolo con odio. Pero como se había sentado frente a mi le miré la cara y sonreí. Le dije que me resultaba conocida de algún lado y pasamos el resto del viaje enumerando sitios donde pudimos habernos conocido (en vano, claro está, porque esa era la primera vez que la veía).

Mientras le hablaba mi cerebro abría otra ventana y ejecutaba otras tareas. Pensaba en mis abuelos -de origen armenio también- y en como yo siempre me había cagado en todo lo armenio. Y de pronto, al verla a ella, tan armenia y feliz, sentí curiosidad por Armenia. Pensé en el genocidio y la diáspora. Y eso me hizo remontarme unos años atrás, a aquella vez en que iba sentado al revés en el 109 y vi un cártel en la calle que decía "Bush Genocida".

Recuerdo que por esos tiempos Bush visitaba nuestro país por la Cumbre de las Américas. Cuando vi ese cartel pensé en qué bueno sería visitar Mar del Plata y pasar un día con Bush. Pensé que Bush disfrutaría la lectura de mi blog, Tiempo de descuento. Pensé en qué lindo sería almorzar con Bush en Las Cañitas, llevarlo a ver travestis al Rosedal o a tomar buena merca a lo de Zeblox. Finalmente todo se frustró. Vendí mi blog por medio millón a un empresario iraní y Bush se fue sin conocerme.

Seropián, la chica armenia, interrumpió mi divague. Se tenía que bajar y me dejó su tarjeta, por si quería "hacer algo". Quién sabe: tal vez cuando vuelva de hablar con Bush en Mar del Plata, le eche un par de polvos, pobre piba.

martes, octubre 11, 2005
 
Rata de alcantarilla, te aprecio.
- Sacáme ese punto negro, estúpida. No sé para qué te sigo pagando Belinda. - Dijo, mientras me miraba con ojos de ternera por la ventana. Claro, ¿no? Ella siempre tiene que ser a la que le saquen, a mi nunca, obvio. Desde que nos mudamos a esa choza barnizada lo único que hace es explotar a la pobre Belinda, que con sus rodillas desarticuladas deambula por la casa como una sombra. Sombra de qué, si en esta casa no hay luz, cómo va a tener sombra esa cualquieruncha.Yo le prendo la linterna cuando se asoma a mirar si todavía estoy viva, y la encandilo. Se lo merece, por descuajeringada. Me tiene harta, me espía, me vigila, me envía mensajes subcutáneos, lo hace todo en mi contra, yo lo sé, pero igual la perdono. En realidad, en el fondo, no sólo la quiero, sino que me gusta. Pero qué te voy a contar estas cosas, a vos, que no tenés ni dos dedos de frente. Ana, me tenés harta. Me traés acá y no decís nada, mira cómo me mirás, sos boluda vos? Estás llorando? Pero vos no tomás tu medicación? Basta Ana, me cansaste, parecés embalsamada.