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vino con sandía       

Armando Zeblox
viernes, febrero 16, 2007
 
ria
Quiero dejar una cosa en claro: Ya me olvidé de cómo se puede hacer para que el otro se ría. Señoras y señores, he perdido el humor. En realidad, ya no sé si es mi problema o es el problema del mundo entero. Nadie se ríe si yo digo que estoy escribiendo con unas antiparras puestas y que mi barba, luego de dar tres vueltas al cuello, llega hasta el piso cambiando de color cada dos centímetros. Estos centímetros, preguntará el lector, ¿cómo fueron medidos? Bueno, yo tengo un maravilloso centímetro amarillo que me permite medir casi cualquier cosa. Y digo casi cualquiera porque no puedo medir, por ejemplo, el diámetro de un árbol. Para eso se necesitan herramientas especiales que yo jamás podría conseguir, porque con una barba de semejante largo últimamente no me están vendiendo nada. Bien podría yo levantarme la barba y ponérmela en la cabeza como si fuera un turbante multicolor, y hasta hacerle un fantástico rodete que amerite piropos en la calle, pero tengo miedo de parecer gracioso. Y no tengo ganas de recordar cómo se puede hacer para que el otro se ría. Hay problemas con los que uno quiere vivir toda su vida.

 
desodorante
No voy a usar nunca más desodorante. ¿Qué maléfico producto multinacional se puede atrever a extirpar mi olor diario como si fuese un apéndice?
El desodorante es un producto deshumanizador, porque siguiendo las creencias de los tártaros, el olor a hombre es lo único que nos hace ser hombres. Los tártaros se comunicaban mediante señales de olor y así lograban identificarse. Por ejemplo, un tártaro sabía distinguir entre otro tártaro y un zorrino. Eso ponía en desventaja al zorrino, quien lo único que quería saber era dónde estaba su madriguera, porque estaba perdido. El tártaro mataba al zorrino y lo transformaba en la famosa salsa no sin prescindir de dos aderezos muy necesarios:
a) Mayonesa.
b) Alcaparras.
El plato se servía bien frío y era el deleite de cualquier comensal.

miércoles, febrero 14, 2007
 
las idas y vueltas de la vida
La vida tiene idas y vueltas muy extrañas, sobre todo cuando vas a ver carreras de Fórmula Uno. Allí, los autos corren a más no poder, como si fueran terroristas iraquíes que olvidaron sus cinturones de dinamita. La dinamita explota y es muy peligrosa para los seres humanos, sobre todo cuando está en manos de los seres humanos. Nuestra naturaleza nos obliga a salvarnos el pellejo, y por eso todos los mártires de guerra que se creen Superman son tan artificiales como el muñeco de plástico del hombre de calzoncillos rojos.