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vino con sandía       

Armando Zeblox
sábado, enero 28, 2006
 
romina ximena
Mi amigo que está viviendo con vos me advirtió sobre lo difícil que sos, pero no le hice caso. Y ahora me tenés a la distancia de un llamado: yo me baño y salgo para allá. Me decís por teléfono que tenés preparado el cedé compilado para hacer el amor.

Tengo que aceptarlo. Jugás conmigo y yo te dejo jugar. Nadie sale herido de todo esto, excepto yo que termino llenando mi panza de palabras que no te diría jamás.

Sospecho que este juego también es cómodo para mí. Yo me oculto tras un velo y espero que milagrosamente llegue alguien y me salve de vos. Con un don que me cure este mal que tiene tu nombre. Mientras espero, tu piel -un imán para mi- me hace pasar la noche más sexy de toda mi vida.

Tal vez deba cancelarlo todo e intentar olvidarte. Eso podría hacer. Tomarme el Sarmiento e ir al Mocambo en Haedo. Hoy toca Miranda.

miércoles, enero 18, 2006
 
estrupilancia semicósmica
Vino con Sandía se agarra de las banderas del nazismo libre de todo mal y pelea por los verdaderos derechos de la humanidad. De este modo, consigue encontrarse con novecientos noventa y nueve líderes del mundo que se ponen de acuerdo en recortar las trincheras que nos separan y hacer del mundo una sola religión.
A partir de hoy todos los teclados de computadora deberán mostrar sus letritas en perfecto hebreo. De no ser así, la miel más espesa caerá sobre los mismos. Así es como se manifestará la hiel de aquellos que pensamos en la humanidad, que creemos que las religiones deben profesarse en forma fundamentalista, universal y legal.

miércoles, enero 11, 2006
 
...te miré a los ojos.
Y eran negros. Negros como esa misma noche, como el maletín Samsonite que habías dejado tirado en el suelo, como el Fernet con Coca que habíamos tomado y ya nos estaba haciendo efecto. Negros como la malla de mi reloj Casio resistente al agua que ya marcaba las 3:23 am, como la mugre de mis uñas que más tarde te estarían arañando la espalda.

Y eran tan negros y tan bellos que empecé a lamértelos y a expulsar chorros de baba, litros y litros que te impactaban en la córnea. Y tu córnea era transparente y -como todas las córneas- dejaba traslucir el color de tu iris, negro.

El negro de tu iris me llevó naturalmente a descubrirte el juanete y refregármelo desesperadamente en la nuca. Y empecé a sentir un calor migratorio en los hombros que descendía hacia el ombligo y tomé tus pies para morderte los talones con frenesí.

Ahí sí fue demasiado para vos. Me miraste a los ojos y me dijiste:

"¿Qué te pasa, Martín? ¿Te volviste loco?"

Y no tuve palabras. Las había pérdido en alguna de las noches previas, yendo contramano por Coronel Díaz. Sólo sentí ganas de llorar y lloré. Lloré unos segundos hasta que noté que ella tenía las uñas pintadas de rojo.

Sí, de rojo.

Como si fuera una nenita que juega con esmalte de juguete. Sentí que ese rojo enorme ahora nos distanciaba con la misma o mayor intensidad que la del negro al unirnos. Supe que todo había terminado.

Y mientras huía por el ascensor me miré al espejo y me miré a los ojos. Y eran celestes. Y pensé que en los ojos celestes hay poca melanina y en los ojos negros hay mucha melanina. Antes de llegar a la planta baja ya sabía que alguna noche no muy lejana volvería a su lado. Pero a hurtadillas, para robarle la melanina de los ojos.


sábado, enero 07, 2006
 
Pedos, debañadera - 1785, Jujuy, La quiaca.
La siguiente, Pedos Debañadera, fue una nota escrita con sangre que el anónimo amante de Emma Luna recibió días después de su más funesto desfile. Poneos de pie, mis más fieles admiradores, oíd y leed, al mismo tiempo, os digo yo, fuego de vuestras entrañas.

"Tus palabras se clavan con ansia de látigo. Qué te he hecho, Emma Luna, para recibir de tí tanta anal crueldad. Jamás logré, en nuestra corta estadía en el Rancho La Riscata acercarme a tí, a tus cuerpos, de todos ellos, ni uno solo. Solamente una vez, lo sabes bien, fue breve pero intenso, llegó mi cuerpo perfumado después de un baño. Una tina sin ducha, reíste a lo lejos. Y yo salté, desnuda mi figura, sin pudor estiré los brazos y caí. Tropecé como un imbécil payaso de Circo, pintando de rojo mis rodillas y codos. Pero qué va, Tío. En Jujuy ya no hay tinas como esas.
Cuando llegué a tus manos, dijiste al mirar, pero qué pedos debañadera. Con orgullo de mis producciones, llegué a muchas conclusiones. Mas una sóla escribiré ahora. Cántale a las veredas, borracho infecto, púdrete en las aguas que hasta las más puras habrás de ensuciar. Febo."


miércoles, enero 04, 2006
 
estrépita quirulancia
La siguiente, titulada "Estrépita quirulancia", es una de las tantas cartas de amor que recibió Emma Luna de su amante anónimo. Dicha epístola, como todas las demás, no aparece firmada, pero se supone que la habría escrito un joven traficante de artículos femeninos. ¿Por qué se suele pensar esto? Ya que daría una solución al dilema de las bombachas con cierre -Emma Luna tenía muchísimas, de distintos talles y colores-.
Ahora sí, leamos juntos:

"Debo hacerme un enema virtual para purgarme de todo mal. Estoy perdido en una zona asquerosa. En una región que no produce más que efervescencia pirotécnica y venenosa. Sépalo. Me siento atrapado bajo las garras del neonacionalsocialismo boliviano. Ya no sé si soy judío o si soy de Haedo. ¿Hasta cuando seguiré ultrajándome? Siento el sol quemándome como cianuro. Escucho los gritos del dolor. Las barbas y las zapatillas se me pegan en la piel. Y así continúo moviéndome, como un cartonero con gracia. Tengo el ámbar de los prados más bellos. He construido las montañas más frías y las más endebles. Y no apareces tú. Sabes cuánto te extraño, Emma."

martes, enero 03, 2006
 
La torasca de Morocito
Estaban cansados, sentados en el borde de un abismal asiento. Se achinaban sus ojos, el sol los atacaba de frente. Pero ellos, inmunes al calor del cristal dorado, permanecían inmóviles, como antrópodos reptando en la adorada Sahara. Mirabanse uno al otro, dubitativos, andalucíos, sonreían al pasto que se bamboleaba. Seduciéndolos, las cotorras contorneaban sus caderas, de aquí, para allá. Y qué más podían pedir de este tropical escenario que los abatía, una y otra vez. Al centro, y adentro.

Querés pan?
Tenés queso?
No.
Entonces para qué.

Nótese cada diálogo cómo refleja el dilema central, universal de nuestras vidas. Para qué bañarse, si pronto me ensuciaré con el rastrillo y la palita. Para qué lavar los platos, para qué apagar la tele si pronto la volveré a encender.

Este momento, tan crucial, trágico y romántico, me da ganas de eructar.