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vino con sandía       

Armando Zeblox
sábado, febrero 25, 2006
 
vino con sandía te ecologiza el tuges
Señores propietarios de Greenpeace:

Antes que nada, quiero expresarles mi más profunda admiración por Natalia Oreiro, la presidenta de su compañía. Su cargo está bien merecido. Creo que es la uruguaya nacida en la Argentina con más talento del Mercosur. En el súper siempre compro artículos de belleza avalados por ella y soy fan desde chiquito de todos los discos y novelas de Natalia. Además una vez en una panchería la radio pasaba Divididos y me gustó.

Desde este marco de respeto que dejo por sentado a priori, quiero darles mi opinión sobre varias cosas, y para eso quiero contarles una experiencia personal.

Hace unos años yo creía que lo único que habían hecho bien los japoneses era el Super Nintendo. Pero cuando vi Kill Bill mi vida cambió. Quedé fascinado por los japoneses y me bajé todas las películas con Uma Thurman. Empecé a sentirme un poco japonés y me empezó a gustar el tango y me hice hincha de Boca. Empecé a comer merluza cruda porque no me alcanzaba para el sushi. Me alquilé Perdidos en Tokio pero no me gustó porque no entendí porqué el lider de los cazafantasmas no cazaba fantasmas y cómo era posible que en ningún momento de la película se hablara del ectoplasma.

Amé a muchas mujeres japonesas por entonces. Muchas de ellas no eran realmente japonesas: hubo un par de coreanas, tres chinas y una que era de Temperley pero que compraba en un supermercado chino. Todo esto no lo digo para ufanarme, sólo quiero ilustrar la admiración que siento por los chinitos.

Por eso creo que ustedes tienen que dejar que los chinos pezquen libremente en nuestros ríos. Con todo respeto, yo creo que su directora Natalia Oreiro encabeza una cruzada injusta. Si algún día puedo hacerlo, le voy a alcanzar unos triples de jamón queso y ballena para que comparta con Roberto Moyo y pueda reevaluar sus políticas. Estoy seguro de que cuando pruebe ballena en uno de esos pic nic que hacen los dos en alguna de las doscientas plazas Artigas que hay en Uruguay, va a cambiar de opinión.

Atte.

 
tejes y manejes
Querido Lou:

Siempre fui tu amigo, desde aquellos dias en que dabas tus primeros pasos como boxeador. Recuerdo cuando me pedías que fuera a verte pelear en esos boliches de mala muerte en San Telmo. Hasta aposté por vos varias veces. Preguntáselo al cholo, si nos habremos vuelto caminando a casa sin un mango después de que te noquearan en el primer round.

Y ahora verte ahí arriba me emociona muchísimo. Creo que fue una decisión acertadísima haber dejado el boxeo. Lo tuyo siempre fue la política. Arriba del ring parecía como si no quisieras que la disputa se arreglara a las piñas. En el ring impresionaba que querías cambiar el mundo, empezando por convencer a tu rival de que en lugar de la violencia física eran mejores las palabras.

Ahora que sos senador quiero que sepas que siempre te apoyé y lo seguiré haciendo. Aposté por vos cuando estabas arriba del ring y ahora que estás en una peleá muy distinta también te apoyo. Voté por vos y le dije a todos mis amigos y familiares que hicieran lo mismo. Incluso la Bobe Rebecca, que cree que está en Varsovia en 1939, salió del geriátrico para votar por vos.

Contame de tu vida. Yo sigo manejando el tacho a la mañana y por la tarde hago changas. Vos sabés que está duro para los ingenieros navales hoy en día. Así que cualquier cosa, si necesitás alguien que te de una mano -alguien en quien confiar, que pueda ser tu secretario privado- no me voy a negar.

Un abrazo,

miércoles, febrero 22, 2006
 
humo
Zeblox me previno que este era un sistema caótico sensible a las condiciones iniciales. Después de nuestro diálogo cerró los ojos e hizo el paso de la Macarena. Bastó con eso para que tres minutos más tarde un anciano con un ojo de vidrio me estuviera haciendo reiki en Lugano, la bella ciudad suiza, ubicada en el cantón Tesino.

Después de una buena sesión de reiki no hay cosa mejor que meterse en el jacuzzi. Zeblox coincidió y se metió conmigo en el jacuzzi, pero no me importó. Pronto llegaron las amigas de Zeblox, decenas de intelectuales en trikini, deslumbrantes todas.

Era su fealdad lo que deslumbraba. Tenían los ojos a los lados de la cabeza como pezcados y sus cabellos eran pajillas de escoba. Pero esa infinita falta de belleza me resultó sumamente atractiva y entablé diálogos con cada una de ellas. Les hablé de ellas y ellas me hablaron de ellas, con lo cual logré que se sientieran muy cómodas y pronto se enamoraran de mi.

Zeblox fumaba su pipa de marfil y tosía como un desquiciado. Yo miraba el humo en que se convertía el crack al quemarse y trataba de encontrar algún patrón, algo que me permitiera predecir sus formas en el aire. Tal vez era el humo del crack que me estaba haciendo efecto y dejé de pensar. Pasé simplemente a disfrutar las formas caóticas del humo en el aire.