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vino con sandía       

Armando Zeblox
sábado, junio 03, 2006
 
Vidrio y vómitos
Un pibe anonimo ahi durmiendo, al lado de su cama y ella semi desnuda fumando un cigarrillo. Cuando se despierta, lo hecha y sale a buscar otro, tratando de saciar un vacio interior q carcome.


pero en el bar están los mismos de siempre. Cacho, el pelado y tito, a los que ya conoce bastante bien hace años. De repente, un joven veinteaniero abre las puertas del bar. Tiene la mirada baja y parece no importarle nada. Le gusta. Espera que se ubique en una mesa, y le envía un vaso de wisky de cortesía. Jamás imaginará que este joven, es su hijo.

se sientan juntos. La conversacion fluye a la par de los whiskyes. El fulgor de sus ojos se unen y estallan en una musica que nadie en el bar puede obviar. Las horas pasan aunque nuestros protagonistas ignoren su transcurrir, hasta que llega la hora en que Cacho, el viejo bar-man, les avisa que es la hora de cerrar.

Lucrecia se acomoda el pelo. De tanto arremolinarselo con el dedo, le ha quedado un afro disparatado, pero sensual. El joven no puede dejar de mirarla, y desea lamer sus carnosos pero finos labios. El joven dice, al pasar, te invitaría a mi casa, pero vivo con mis padres... espera.. busca una señal de respuesta en esos labios que no puede dejar de sentir, aunque estén a más de 10 centímetros

Lucrecia duda. No sabe si son los whiskyes o su entrepierna humeda la que le hace decir de pronto, sin razonar ni un instante, "vamos a mi chata". Los dos se paran y caminan uno al lado del otro, como si no se conocieran. Juan, el joven, la mira de reojo, no sabe si tomarla con su brazo o no. Ella hace como si ignorara esta situacion, la inexperiencia de Juan la calienta aún más.
Ella lo mira por el reflejo de las vidrieras, parece tímido e inexperto sexualmente. Siempre había soñado con un amante a quien pudiera domar. Llegaron rápidamente a su bulín ya que vivía a pocas cuadras de la taberna, y al abrir la puerta se sacó los zapatos rojos que y los dejó tirados. "Pasá, ponete cómodo que voy al baño" dijo Lucrecia. Esas palabras a él lo estremecieron. Era obvio lo que iba a pasar.

Al rato volvió Lucrecia vestida de cuero y con latigo en mano. "En cuatro patas, cerdo!", grito de pronto. Juan dudó. Ella le da un latigazo y repite: "Desnudate y ponete en cuatro patas, perro!!". Él obedece timidamente, se pone en cuatro aún con sus calzoncillos puestos. "Sacate todo!!", inciste Lucrecia. Pero, al quitarse Juan su calzoncillo, Lucrecia ve su circunsicion. "¿Sos Judío?Pero cómo, acaso sos judío?" Ya no quedan más jóvenes judíos de 20 años en este pueblo, cómo puede ser esto posible, pensó. Estaba confundida, no sabía muy bien qué decir.
Se vió en el espejo del comedor, vestida de cuero, con los muslos flácidos y el bozo sin depilar. Estaba harta. "Esto es una farsa, Juan. Tomemos un café"
Se sentaron. Las lagrimas comenzaron a recorrer las maquilladas mejillas de ella. Juan se inquieta, "debo irme?", piensa para sus adentros. "Hace tiempo conoci un judio", comienza sollozando ella. Lo ame con toda mi alma, pero era pobre. Por eso me escapé con un viejo aleman rico cuyo organo sexual ya no funcionaba. Pero cuando este viejo murio, en la herencia le dejaba todo a su perra de hija...

Juan se aburría. La mujer, bajo la lámpara más luminosa de dicroicas no parecía tan atractiva como en el bar. Pensó en su madre, una vieja desganada que estaría preocupada por su ausencia en la casa. "Mirá, Lucrecia, ha sido un palcer, este traje tuyo, la verdad, increíble. Pero me tendría que ir yendo" y en el forcejeo de te vas, no me voy, me voy, no te vas, la billetera de Juan cae al piso.